Hoy quiero morir,
invertido en las tinieblas de la oscuridad
y no tener ningúna otra realidad,
maldiciendo de nuevo los sueños sin ningún porvenir...
Delirantes versos;
bajo una luna infernal
escribía en un trance mental,
mientras atría recuerdos tenebrosos...
Prefiero morir en la oscuridad;
atrapado por miles de tinieblas,
esperando, libremente los momentos de nostálgias
maldiciendo profundamente por toda mi eternidad...
Bayardo Rodriguez
León, Nicaragua.
invertido en las tinieblas de la oscuridad
y no tener ningúna otra realidad,
maldiciendo de nuevo los sueños sin ningún porvenir...
Delirantes versos;
bajo una luna infernal
escribía en un trance mental,
mientras atría recuerdos tenebrosos...
Prefiero morir en la oscuridad;
atrapado por miles de tinieblas,
esperando, libremente los momentos de nostálgias
maldiciendo profundamente por toda mi eternidad...
Bayardo Rodriguez
León, Nicaragua.
Cerraron sus ojos
ResponderEliminarCerraron sus ojos,
que aún tenía abiertos;
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
y otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz, que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombre
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y a su albor primero,
con sus mil ruïdos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
medité un momento:
¡Dios mío, que solos
se quedan los muertos!
De la casa, en hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
De amarillas velas
Y de páños negros.
Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba,
que pensé un momento:
¡Dios mío, que solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro,
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
Reinaba el silencio;
Perdido en las sombras,
Medité un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidiros
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a solas me acuerdo.
Allí cae la lluvia
Con un son eterno;
Allí la combate
El soplo del cierzo;
Del húmedo muro
Tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es vil materia,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnacia y duelo,
al dejar tan tristes,
tan solos los muertos!